sábado, enero 27, 2007

San Sebastian y la cultura

(Texto leído en la presentación de Promoción cultural en San Luis Potosí, el legado de Rogelio Hernández Cruz, en la Casa del Barrio de San Sebastián)
- - - - - - - - -

Gracias primero a la Casa del Barrio, a don Javier Rivera por su estupenda presentación, gracias por sus grandiosos comentarios a estos dos jóvenes creadores (Anna Neumann y Héctor Esquer) y gracias a todos por su asistencia.

Este libro, así lo planteamos, es un homenaje a un amigo pero más que por la amistad por sus ideas. Los hombres buenos mueren jóvenes, dicen los que saben, y Rogelio Hernández Cruz murió cuando tenía apenas cincuenta años de edad. Emilia, Luz y un servidor, siempre apoyados por Guadalupe Castillo, la viuda de Rogelio, y por el promotor Carlos Reyes, quisimos que sus ideas trascendieran para ayudar a otros a gozar de eso que se llama cultura.

Alguien que sabe de cultura y su importancia normalmente se piensa como elitista, estirado, falto de humor. Rogelio (o Roy, o Roger, o Hernangelio) fue el ejemplo de un hombre que entiende la labor cultural como un apostolado, como una forma de hacernos más humanos y ser socialmente más productivos. Sin caer en grupismos, o amiguismos, le echaba la mano a todo el que lo requería, o se ofrecía cuando no se lo pedían.

Más que en la escuela, donde casi siempre se dan (cuando se tiene suerte) embarraditas acerca de lo que significa la cultura, muchos aprendimos a entender los fenómenos culturales gracias a la columna Tianguis Cultural, publicada inicialmente por Rogelio en El Heraldo de San Luis. Yo mismo soy periodista cultural gracias a su gusto, transmitido mediante la lectura. Muchos aprendimos que la cultura no es sólo bellas artes, o lo que nos venden como elitista, aburrido, apto para unos cuantos iniciados. Supimos que como en un tianguis se puede gozar de todo, que hay para todos los gustos y que es la diversidad lo que nos enriquece. Que cultura no es lo que nos ofrece el gobierno, sino las manifestaciones y ritos que surgen de la sociedad y los grupos que la componen: jóvenes, ancianos, ricos, académicos, pobres, indígenas, rockeros, campesinos, homosexuales, marginados.

Las bellas artes, bien entendidas, son cultura, pero no sólo ellas son la cultura. Cultura no es sólo festivales, ni las pomposas reseñas de los críticos, o una actividad exclusiva del fin de semana. En estos tiempos de real o supuesta democracia haríamos bien en acordarnos de que la raíz de un entendimiento está en tratar de ponernos en el lugar del otro. Nada es blanco o negro, bueno o malo. Todo tiene una amplia gama de grises que hay que saber apreciar, no sólo con tolerancia, sino con empatía. Los intercambios son los que nos fortalecen y nos hacen madurar.

Y agradezco nuevamente a la Casa del Barrio de San Sebas porque una propuesta central de Roy era impulsar a promotores culturales que surjan de los mismos barrios, de las comunidades, para que entiendan a profundidad la historia y las necesidades del pueblo. No se trata, decía, de “llevar la cultura al pueblo”, como muchas veces nos quieren hacer creer las autoridades, sino que la misma comunidad se apropie de las manifestaciones culturales y las haga valer, sonar, como una parte de sí mismas. En todos lados hay personas que les gusta crear, expresarse, y lo que queremos es que se oigan esas voces, pero con conciencia de la historia y de que hay otras formas de ver el mundo.

Yo soy del barrio de Tlaxcala, algo lejano del centro y por eso más o menos deconocido para muchos. Ojalá se hagan actividades que nos permitan reconocernos, que nos permitan apreciar la riqueza del lugar donde vivimos, así sea un jacal y tres nopales, como decía el padre Peñalosa. Para eso está la historia, para reconocer nuestras raíces y ver cómo es que llegamos a ser así.

Cuando el alcalde mayor don Martín de Mendalde visitó en 1674 el barrio de San Sebastián, que dependía de los agustinos, había 59 familias, veinte solteros y diecisiete solteras. El barrio lo halló, según documenta don Primo Feliciano Velázquez, “formado de diferentes naciones; la iglesia limpia y aseada; la sacristía con sus ornamentos y lo demás necesario para el culto divino; y las calles y casas en buena disposición y forma”.

Sus habitantes, decía fray Joaquín de Zavala, de la orden de San Agustín, “eran buenos cristianos y muy trabajadores en albañilería, zapatería y en las haciendas de beneficio de sacar plata; que hacían sus sementeras y tenían una huerta denominada Simón Díaz, con todo esmero cultivada”.

En el desfile de la ciudad, por ejemplo, ya desde el año de 1700 “aparecía en seguida el barrio de San Sebastián, con cajas, clarín, pitos, chirimías, portando tres estandartes y otro ángel de escultura, no menos adornado que los anteriores; luego dos danzas de música y cuarenta vecinos con su respectivo comisario”.

Saber, por ejemplo, que aquí en la parroquia del barrio el 26 de enero de 1807 Félix María Calleja contrajo matrimonio con doña Francisca de la Gándara, hija de don Manuel Jerónimo de la Gándara, dueño de la hacienda de Bledos.

Y además de la historia, la propuesta de Rogelio, nuestra propuesta con este libro, es que tratemos de conocer lo que se hace actualmente en el barrio, en la colonia, para proyectarnos y que nuestro legado sea más que un apellido, pues el ser humano es un animal que además de nacer, crecer, reproducirse y morir puede crear.

Alexandro Roque, 26 de enero de 2007